jueves, 25 de agosto de 2011

Pequeño Aristóteles

A veces el otoño quería hacer acto de presencia, a pesar de aún no haber terminado el mes de agosto, a veces nuestras mentes hacen lo mismo, se confunden de la misma manera que caen las hojas de los árboles, de la misma manera que se tiñen de color oscuro, de la misma forma que las aceras se llenan de castañas, igual que la ropa de invierno, que las lluvias cuando aún hace calor. Y así mi mente se queda vacía, en blanco, y a la vez se colapsa, se llena de movimiento y de vida, en el momento en el que apareces tú y en todo lo que podríamos llegar a ser, pero el mundo no vive de lamentaciones, de desperdiciar los momentos en los que podríamos ser felices, de los momentos en los que podríamos reír. A veces pienso, si dos neuronas tienen que ponerse de acuerdo para hacernos funcionar como es debido, el amor existe sí, hasta en límites insospechados. Aunque a veces no creamos en él, aunque hayamos renegado media vida de él, aunque siempre le hayamos dado la espalda él sigue ahí, y sigue siendo el motor de nuestra vida. Y aunque nos vayamos, cada vez que nos reencontremos el mundo se nos caerá encima, nos arañarán el corazón y las lágrimas palpitarán en nuestros ojos intentando salir como un volcán en plena erupción, y moriremos en ellas, atrapados sin remedio, pero tras haberse congelado toda parte de nuestro cerebro con la cuál hubiéramos podido pensar de estar cuerdos, de no ser nosotros quién hablábamos volveremos a vivir, y pasen los años que pasen, dé las vueltas que dé la vida no nos olvidaremos de ésa vez que se cruzaron nuestras miradas, ése día en el que nuestros corazones dejaron de latir para simplemente deliberar al mismo ritmo, en la misma sintonía, se afinaron en la misma nota desde que nacieron, ambos, uno para el otro. (Soy fan de ti)

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