miércoles, 22 de junio de 2011

Everybody hurts, sometimes.

Cuando salí a la calle esperaba poder respirar aire puro y lo único que me encontré fue un aroma a gasolina permanente que reemplazaba al oxígeno, una sensación extraña en el cuerpo de caminar como un androide y el deseo de parar el despertador que sonaba cada mañana con la melodía de James Blunt desde hacía meses hasta Septiembre, aún recuerdo el primer día de curso, iba vestida de cualquier manera porque no sabía ni dónde estaba, recién llegada de Inglaterra la noche anterior. Pero llegué a casa y solo pude dormir, me convertí en una víctima de la presión de los últimos meses y dejé que sueños confusos me arrullasen  hacia dónde nadie sabe. Al despertar me encontré la tele encendida y tuve la tentación de poner My Fair Lady, por probar, aunque de lo que realmente tenía ganas era de una buena razión de Los chicos del coro, que siempre me crea las mismas sensaciones, no sé cómo lo hace. Pero encendí el ordenador y me puse a ver Gossip Girl, hasta que megavideo me traicionó y con la banda sonora de Amélie de fondo me pasé el resto de la tarde leyendo el blog de Miguel, ahí sí que me sentí psicópata, sin nada más que hacer. Desperté del todo a la hora de la cena, cuando me tuve que levantar de la mesa (siempre me quedo de última) para darle un beso de buenas noches a Mateo, que mañana se marcha de campamento. Entonces  al pasar por delante de mi habitación vi la agenda tirada encima de la cama y resistí fácilmente la tentación de coger el móvil, hojeé la agenda, con todas las esquinas arrancadas ya, con dibujos y nombres de canciones por doquier, señalados los mejores días con rotuladores de colores, y entonces todo mi año se me echó encima y regresé a la cocina con la libreta amarilla que habíamos comenzado (Teté y yo) a escribir el curso pasado, y al llegar a la cocina salía de la radio antigua, la radio más bonita que tenemos, lo siento, pero es preciosa, pues la radio cantaba Can't stop loving you, de Phil Collins. No se acaba el mundo, pero se acaba la mayor despedida desde que abandonamos el colegio. ¡Que nadie se rinda!

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