lunes, 27 de junio de 2011

Distancia

El viento me acariciaba la cara, la niebla se preveía en el horizonte, produciendo una agradable brisa que me recordaba a tus besos. Estaba en el lugar dónde naciste, veía los edificios que veías tú a diario, pero tú no estabas. Conforme nos alejábamos del sitio dónde habíamos pasado el día podía ver mi piel un poco más oscurecida por el sol y, a través de mis Ray Ban los paisajes que iban discurriendo como una película sin sentido alguno. Tenía sueño, estaba muy cansada, el día había sido duro, y los ojos se me cerraban como cortinas que se abren al mundo, entonces caía en sueños discontinuos en los que veía sistemáticamente tu cara, como una pesadilla al despertar, porque sabía que tú no estabas aquí. Y escuché tu risa, sentí el calor de tus abrazos, el sonido de tu voz, y me acordé de que existía una gran distancia entre nosotros, y me dieron ganas de gritar, gritar como me gritaste la vez primera que me conociste, cuándo me animabas desde un barco a seguir, en el mismo lugar en el que hoy no estabas. Cerré los ojos otra vez, volvías a estar ahí, aunque yo no te conociese, estabas en los rayos del sol que me traspasaban la piel, estabas en el viento y en las motas de arena, estabas en las ventanillas que se empañan y en los cristales oscuros de las gafas de sol. Entonces percibí un atisbo de esperanza, el domingo, y que cumplieras tu promesa, y que volvieras aquí, a este lugar inhóspito en el que muchos quieren vivir, vuelve algún día de verano aquí, te veo el domingo, no me falles.

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