jueves, 21 de julio de 2011

Viajando.

Eres el fiordo más septentrional del universo. El encarnado iceberg que palpitaba en mi cuerpo se desheló. Hacía días había sentido como cuando la rabia cesaba, las olas del mar batían contra mi cuerpo recordándome el sentimiento hacia aquel momento de ira. Pero eso ya no importaba. El agua estaba caliente. El mismo día que había escogido aquellas piedras azules y las había colocado sobre mi mano, el hielo se había derretido, ya no iba a hacer nada más contra aquello, no podía luchar contra algo que no estaba dentro de mi voluntad, y decidí disfurutar, sin más barreras, y decidí que los momentos no hay que buscarlos, tienen que llegar, y que afortunadamente, las personas que nos vamos a encontrar en la vida van a ser muchas, y tenemos que aprender a valorarlas. Y con aquellos paisajes que llegaban a helar el alma, a encojer el corazón y podían llegar a ser tan contrarios como el amor y el odio, nos mostraban ahora una maravilla de la naturaleza, algo que no permitía que nuestros ojos se cerrasen aún estando mecidos por el sueño, algo que palpitaba en nuestras entrañas sin ser nuestro corazón, algo que nos hacía sentir cuán maravilloso puede ser el mundo. Y agradecimos tener vista para ver todo aquello.

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