sábado, 7 de enero de 2012

270211

Hacía un frío que no solo congelaba los huesos, si no que nos tumbaba el alma. La espesa bruma entre la que nacimos y la lluvia que nos vió por primera vez, hacía que el calor resultase algo remoto e ilegítimo en nuestras vidas, ya no recordábamos lo que era aquello. Y cuando nuestras vidas se pusieron en contacto y se unieron para siempre estalló ese flujo de infelicidad y de recuerdos, y, como un fuego artificial, sin ser artificial nos hizo ver más allá de nuestras fronteras. Y allí estábamos, casi un año después llorando en la noche de los niños. A veces debería asustarnos la velocidad con la cual la vida se nos escapa, pero otras veces deberíamos pararnos a pensar y ver hasta que punto somos afortunados de que el tiempo haya volado como un ave torcaz al lado de personas tan maravillosas, en dirección de los vientos alisios. Sigue siendo mi mar, sigue siendo mi vida. En recuerdo de todos los kilómetros que hemos recorrido juntos.

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