miércoles, 3 de octubre de 2012

Octubre

Mañana es día cuatro de Octubre, hará seis meses que te cruzaste en mi vida, más de hecho, pero hacía más de ciento ochenta y seis noches que estábamos insomnes, uno por el otro. Y aunque parezca mentira ya no estamos. O si, no lo sé. Porque las lágrimas que se quedaron allí donde nos besamos por última vez parecían una burla.
Ahora me remito al otoño, a Octubre, a mi Octubre. Cuando el mundo se viste de marrón, de rojo, de verde apagado, yo nací con el otoño. Los días se van haciendo más fríos, y voy a coger un avión, otra vez, en dirección contraria. Pero por primera vez hoy he vuelto a ese coche, blanco, que avanzaba sobre el asfalto infinito, de aquellas calles que no tenían fin, de carteles verdes en inglés, los semáforos de película, el silencio entre conversación y conversación, la música, el ambiente de película que tanto me gustaba, la protección del exterior, las noches de calor, los días de lluvia, de sol, el avance lento pero asolador de los días, de las noches, el vencimiento del verano. Una sonrisa de placer, de deleite visual. De llorar de la risa, de noches, y noches y noches eternas. De nuestra juventud, que no queremos que se nos escape.
Recuerdos de la primera noche que nos quitamos la ropa, que destrozamos el colchón, que desordenamos los sacos de dormir, hasta el punto de no saber donde habíamos comenzado. Y la melancolía y las ganas de llorar quieren hacerte reír. Nos hicimos daño, y al final nos perdimos perdón.
En un acto de tozudez.
El cuerpo impregnado de arena, mojado, la salinidad del agua tatuada en la piel, como un bordado blanco. ¿No crees que es precioso?
La pena es que aún no somos conscientes. Nunca somos conscientes de nada. Nos asesinamos sin importarnos nada. Perdemos los sentimientos. Me siguen despertando mensajes a las cinco de la mañana, no importa de quién sean, tal vez es el cambio horario, tal vez es que alguien me recuerda en sus horas de insomnio, cuando me despierto la luz del amanecer los delata, si comienza a entrar por la rendija de las persianas vienesas es que estoy lejos, si la oscuridad me invade, nos invade, estoy aquí. Ultimamente y para mi desgracia siempre habito aquí.
Ahora me pregunto a qué sabrá tu piel. Tu arte al arrastrar palabras donde te escondes, solo por los silencios que dejas caer entre tus secretos.
Asumo la responsabilidad de que la vida no es una de esas películas que vemos los domingos por la tarde, adormilados en el sofá, abrazados a un cojín, o a una manta, simplemente dejándonos llevar por las emociones de otros. Esa es mi vida. Siempre me dejo llevar por los sentimientos de otros. Esta vez no había sido así. Pero no quiero perder. No quiero perderte.
Me viene a la mente una conversación de ayer por la noche en la que una mente increíble traída de Canadá me confesó que sentía celos de alguien a quien creía no querer, echándola de menos. Nos engañamos constantemente. La verdad es que no logro comprender el porqué, pero sé que nos amamos, nos amamos perdidamente, al igual que él la ama a ella. Pero al mismo tiempo ya no. La pregunta es, ¿por qué os vais? Yo sigo aquí.
Pero ahora tengo miedo, no sé qué me depara el futuro y en nueve meses volaremos, para no volver nunca. Ahora sí, catorce años de nuestras vidas quedarán en nuestra memoria, se separarán. Ni siquiera seremos capaces de disfrutar demasiado de lo poco que nos queda. Tengo ganas de llorar pero no puedo, me da vergüenza. He de reconocer que me siento sola, aunque tenga mil personas a mi alrededor.
Es ese sentimiento que no tiene nombre, que te apuñala, que se apodera de ti, que se te mete dentro, muy dentro, ese sentimiento de querer estar en todas partes menos donde estás, de querer a todo el mundo y a nadie, de necesitar ese abrazo que nadie te da. Llevo demasiado tiempo buscando un abrazo que nadie me corresponde, y lo necesito, un estrechamiento que me haga despegar.

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